jueves, 12 de agosto de 2010

viernes, 30 de julio de 2010

UNO EN LA URDANETA

El siguiente texto contiene elementos de lenguaje y sexo que pudieran resultar violentos aún para padres y representantes. Se recomienda que solo sea leído por personas de mente amplia, tipo adolescentes.



Esa tarde, Campero, como le gusta que lo llamen, se lanzó al Urdaneta, el único cine porno que sobrevive en Caracas, no sin antes dejar en casa todo lo de valor que tuviera encima para no correr el riesgo de regresar desvalorizado. Consigo llevó los ojos verdes heredados del abuelo y la pinta de joven de clase media que lo delata.

Cuenta Campero que la sala estaba bastante nutrida de hombres. Se ubicó entre varios de ellos con pinta de "hetero serios" y como él entró con ganas de provocar y de sacar una buena partida a esa función, se sacó el pene y comenzó a masturbarse como cualquiera que ve una película en aquel cine. Tenía la vista puesta en la pantalla, pero miraba a los lados para ver qué sucedía. Miradas iban y venían de los vecinos y él provocándolos, a ver quién mordía la carnada. Como todos miraban el toro desde la barrera, se puso más provocador bajándose el pantalón hasta los muslos. Pero nada, puro reojo.

Entonces, dice Campero: En eso, uno de los tipos que están en la misma onda de pajeo viendo la pantalla, un obrero con morralito de tela, todo esmirriado, se mueve hasta la butaca que tengo al lado. Estaba recién bañado porque olía a jabón, aunque fuera azul. Yo sigo en la tónica de pajearme como que si nada, viendo la pantalla. En eso lo miro de reojo y noto que el carajo se pone nervioso, no diva, sino más bien nervioso, mirando para todos lados, suspirando y saboreando saliva que se escuchaba fuerte. Yo en lo mío de frente, pero incitándolo a que me lo agarrara, pero la pinta de macho que tenía me hizo dudar y temí que me fuera a clavar un coñazo, así que lo ignoré y seguí en lo mío. Pero, vaya, no se aguantó más el hombre y de pronto se arrodilló en pleno suelo y comenzó a mamármelo de una manera tan magistral que pelé los ojos no por la escena que estaba viendo, sino por lo que estaba sintiendo. Así estuvo un buen rato hasta que se incorporó en su asiento y me dijo:

- ¡Verga, varón! Lo tienes sabroso (lo dijo en un tono bien popular, de macho urbano de construcción)

- Te gustó, ¿no? Lo haces bien rico, vale.

- ¡Nojoda, vale! Es que tú llegaste, te sentaste aquí y te pusiste así con esa mariquera de hacerte la paja al lado mío y ¡nojoda! ¡Con ese güevo! ¡Nooooo, tipo!

- Jajajaja, bueno, síguelo gozando, pues.

Y, bluuummmm, siguió el tipo en lo suyo, muy bien inspirado, y mientras se ocupaba abajo, me desabotonó la camisa y me pellizcó las tetillas. Así estuvo un buen rato. Cuando se levantó nuevamente me dice:

- Verga, tipo, cómo me vengo a conseguir a alguien así, como tú aquí adentro, vale.

- ¿Alguien como yo cómo?

- Así tan bello, tan ricote y con ese güevo. Yo te voy a decir una vaina Yo ante todo soy un varón, pero cuando me entrego, me entrego y con todo, ¡pero soy un macho!

- Jajaja, ok, sí ya veo.

- ¡Ah! Te burlas, ¿no?

- No, vale, sino que me parece cómica la vaina. Vente, dale, no pierdas tiempo que ya van a cerrar esto, sigue allí.

- Pero, ¿qué pasa, vale?

- Sssshhhhh, cállate y coopera (lo agarré por el cuello para que siguiera en lo que yo quería y a él le gustaba).

Mientras continuó en lo suyo, le metí la lengua en el oído chupándole todo el pabellón. El carajo estaba en el éxtasis de arriba abajo, con su boca en mi güevo y gimiendo suave pero profundo. Me acariciaba todo el pecho y los muslos de lo rico que la estaba pasando. Ya cuando no me pude contener porque la velocidad de la succión que me estaba dando no la aguantaba un humano, le pregunté:

- ¿Puedo echarte la leche?

- Sí, dámela, carajito. (Y siguió dándole fuertemente)

Le lancé la acabada de la semana, lo dejé por unos segundos agarrándole la cabeza y después lo dejé que se levantara. Se sentó, escupió al suelo, y dijo sonriendo:

- ¡Verga, marico! ¡Qué lechero tenías, güevón! ¡Qué vaina más sabrosa esa acabada!

- Bueno, eso era pa’ ti, varón.

Yo empiezo a arreglarme mientras el tipo sigue buscándome conversa.

- ¡Qué vaina más rica, nojoda! Jajajaja, marico, estás rico. Lástima que no te volveré a ver (allí la cosa se puso sweetheart).

- ¿Y eso por qué, pues?

- Bueno, porque en tres semanas me caso, porque yo no puedo vivir sin una mujer en la casa que haga oficio y me tenga mis vainas hechas y acomodadas.

Ante aquello me quedo callado y el tipo me mira y me mira en aquella oscuridad.

- Marico, te reconocería en la calle, en cualquier parte, con esos ojos que tienes….

- Jajajaja, ‘ ta bien pues... ajá, háblame de tu cuadro familiar…

- Bueno, güevón, yo así como me viste, así soy un macho. Yo me voy a casar pero igual esto no lo voy a dejar, un güevo es muy sabroso.

- ¿Y tienes chamos?

- Sí, tengo dos varones, uno de 14 y otro de 22.

- Pero no saben tu nota, ¿no?

- Nooooooo, ¿estás loco, marico? Ni de vaina. El chamo de 14 le tiene arrechera a los maricos, ése si sé que no es pato. Y el de 22 pues, a él no le gusta un marico, a él lo que le gusta es un transfor.

- Aaaaannnnh ¡ok! Le gustan los transfor... imagínate…pero no le gusta un marico….

- No, varón ¡Ese hijo mío es un macho!

- Claro, claro. Bueno, tipo me tengo que ir.

Hago el gesto de levantarme En eso me agarra la mano, me la besa apasionadamente varias veces, diciéndome:

- Verga, güevón, me diste burdenota. Te voy a pensar burda, ¿sabes?

- Jejeje, Sí eso creo. Dale, tipo, me voy, un placer.

Extiendo mi mano para un apretón, yo de lo más formal, y él me dice:

- ¡Tú sí eres sifrinito, tipo! Despídete de mí así (me da una palmada horizontal seguida de un choque de puños).

- Dale, pues, hablamos
Cuenta Campero que se fue derechito para su casa, sin dejar de reírse de los comentarios del varón.

viernes, 23 de julio de 2010

HERENCIA

Solías contarme historias de tu Rumania natal. Cómo tu familia fue separada por la guerra. Tu llegada a América, donde, te habían dicho, las calles estaban tapizadas de oro.

Pero ya no estás, están tus cosas: algunas fotografías y algunos muebles.

En la repartición de la herencia me quedó tu cuarto, el que compartías con mi abuela. Y he tomado esta foto tuya del cajón porque me gusta tu mirada altiva, tus manos gruesas de hombre de trabajo y tu elegancia al vestir, a pesar de las dificultades económicas.

Y porque llevas sombrero, una costumbre que conservaste siempre.

Ahora son tus muebles los que me cuentan historias, sólo tengo que observarlos con ese sentido escrutiñador, casi detectivesco, que encuentra evidencias microscópicas y detecta aromas como en una cromatografía.

La cama matrimonial con su copete de fina caoba es ahora el centro de mi atención. Los susurros que salen del edredón y de entre los cojines cremas y carmesí me hablan de formas sinuosas que se revuelven entre las sábanas, brazos que se abrazan, piernas que se buscan para consumar, una y otra vez, actos de amor.
La simetría en los demás elementos de la decoración me lleva a una época cuando la búsqueda de la belleza estaba basada en la armonía: dos mesas de noche, dos lámparas equidistantes, la pareja. Juntos hasta el final.

Tus muebles finos me recuerdan que aunque no era verdad lo del oro en las calles de América tú lograste, con mucho trabajo, la bonanza que no habías tenido en Europa en los tiempos difíciles que te tocó vivir.

Una parte de esa bonanza es ahora mi herencia. He tratado de honrarlos, a ustedes, al mantener casi intactos el arreglo que mi abuela daba a su dormitorio.

Pero también he introducido algunos cambios, propios de mi tiempo. El aire acondicionado y los potes de crema en la peinadora son algunos de mis aportes.

El aire es porque si abro la ventana entra el humo y el hollín del tráfico pesado que suele haber en la avenida. Las cremas están sobre la peinadora porque no caben en el diminuto estante del baño. Los muebles de tu cuarto comparten el espacio con los del recibidor porque vivo en un apartamento de un solo ambiente. El piso es de madera que no es madera.

Y no hay simetría en la cama a la hora de acostarme. No hay piernas entrecruzadas ni brazos entrelazados. Esa es una parte de tu herencia que no me quedó.

miércoles, 21 de julio de 2010

La noche de las siete lenguas mordidas


Por Joaquín Pereira
[Pauta 6] Escena construida a partir de un testimonio

Para Carmen ese sábado en el Hospital Pedro del Corral iba a ser otra aburrida guardia que tenía que cumplir como un requisito de sus estudios técnicos de enfermería, que la hacían trasladarse desde San Juan de los Morros a ese pueblo llamado Tucupido durante los fines de semana.

“Han fumigado mucho por estos lados, eso debe ser”, pensó cuando recibió el tercer paciente de la noche; “debe ser el verano”, se decía a sí misma luego del quinto caso con iguales síntomas: convulsiones, la lengua mordida, mucha espuma por la boca.

“Debe ser la luna”, terminó concluyendo cuando registró al séptimo caso.

Nunca había visto algo como aquello, por lo que les dijo a sus compañeras que anotaran esa fecha para hacerle seguimiento: 18 de julio de 1998. Carmen sabía que algo debió provocar tan inusitado brote de pacientes con crisis convulsivas en la zona.

Parece que esa noche la gente de Tucupido enloqueció. Carmen supo de un hombre de más de 100 años de edad que cogió un machete para defenderse de uno de sus bisnietos que presentó una crisis convulsiva.

Conversando con los familiares de los pacientes supo que en el caserío del sector Campo Bloque, de donde provenían la mayoría de los casos, los vecinos comentaban que vieron algo extraño caer del cielo y aseguraban que no era un avión. Cuando despertó el primer joven que atendió por convulsiones, éste le relató que una luz muy brillante se estrelló en la finca Tamanaco, a pocos metros de su casa. “Parecía una hoja”, le dijo el muchacho.

La gente del pueblo temía acercarse mucho pues se regó de boca en boca que varias reses habían muerto por estar cerca del lugar del impacto. Pasados unos días, un carro blindado llegó al pueblo y se dirigió al sitio de la caída del objeto. Carmen lo describe como un carro parecido al de las funerarias pero con una cubierta de vidrio. Supo que lo que se llevaron parecía un disco compacto grande.

Con el tiempo la gente dejó de hablar del tema. Lo último que se comentó fue que el dueño de la finca Tamanaco iba a recibir un pago por las reses muertas, aunque no sabían quien ofrecía el dinero y por qué.

Pasadas algunas semanas otros pacientes ingresaron al Hospital Pedro del Corral, esta vez eran mujeres embarazadas con varios meses de gestación que abortaban. Para Carmen había una sola causa: aquel extraño objeto que cayó en Tucupido en la tarde del sábado 18 de julio de 1998.

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Foto: http://2.bp.blogspot.com/_g2TqwBUxtaY/SE7yuEptCaI/AAAAAAAAAn8/Jw4i6S_XL6I/s400/epilepsia-infantil-Ntnva.jpg 

martes, 20 de julio de 2010

Texto con puntos vs texto con comas


Por Joaquín Pereira
[Ejercicio de clase # 2]

Maripili en puntos
Es Maripili. Mírala bien. La que vive en el 23. Allá va. Siempre combina el color de su camisa con el de sus uñas. Violeta. Hoy viste de violeta. Ve. Mírala a los ojos. Está y no está. Vive recordando. Pregúntale. Sí. Sobre el 23. Su mirada lo dirá todo. Está y no está. Huélela. Huele a violeta. Ya se fue. Ya no está. Su presencia flota en el aire.

Maripili en comas
Maripili, la que vive en el 23, la que siempre combina el color de su camisa con el de sus uñas, la que vive recordando, la que hoy viste de violeta, la que hoy está y no está, la puedes seguir por el olor de las violetas.
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Foto: http://imalbum.aufeminin.com/album/D20071024/354044_IAGCBT8MME2WOKS45AMBZONKCP3WDG_violeta-oriental_H044345_L.jpg 

martes, 13 de julio de 2010

DIMES Y DIRETES

Domingo de junio cerca del mediodía. Centenares de hombres y mujeres gays, lesbianas, travestis y uno que otro hetero solidario se aprestan a salir en la marcha del orgullo gay por calles de Caracas. Mototaxistas, de los mismos que transportan a alguien apurado hacia otro punto de la ciudad o llevan encomiendas, con sus cascos negros, lentes oscuros y pinta de jóvenes de barrio, encabezan el desfile. La única diferencia es que ese día llevan una franela blanca con un pequeño arcoiris impreso y la frase Orgulloso de ser gay. No parecen.

Le sigue una carroza del colectivo gay y lesbianas del PSUV, desde donde reparten las franelas que lucen los mototaxistas y otra gente. Detrás centenares de jóvenes con banderas arcoiris, los mismos colores pero pintados en las mejillas como en los partidos de fútbol, cuerpos semidesnudos para lucir pectorales, abdómenes como barras de chocolate, pantalones bien ajustados que tornean las nalgas, los muslos, el pene. También se ve una que otra barriga pronunciada. Mucho sudor y entusiasmo. Delegaciones de varios estados del país. Muchachas con escarcha en los párpados, de la mano con su pareja, algunas no tan cuidadas como ellos. Otra carroza y otra y otra. Entre changa y techno se escucha la arenga desde un camión por el derecho al respeto y la igualdad de los GLBT, las siglas de este colectivo. ¿Qué es eso?, ¿un nuevo partido?, pregunta una señora intrigada por esas letras. Nadie responde.

Dispersas entre aquel gentío, las Drag Queens, fabulosas, como si estuviéramos en una gran ciudad: mucha lentejuela, plumas coloridas, disfraces sin que se les vea la costura. Maquillajes perfectos. Glúteos y senos hechecitos. Eso muestra que las cirugías estéticas forman parte del orgullo nacional.

Policías de Chacao, comisionados para proteger la marcha, conversan sobre el evento.

Policía 1: …Pero esto es bueno que pase, porque se dejan ver, uno sabe cuántos son.

Policía 2: Yo tengo un sobrino gay que está allí, desde chiquito era así. Mi hermana lo tenía cargado para sacarle los gases y él se movía así (hace una morisqueta afeminada)

Policía 3: Si es que se nace así. Aunque dicen que gay no nace sino que se hace…

Mujer Policía mira hacia otro lado con indiferencia.

Policía 2: Eso es lo que yo digo. Yo le decía a mi cuñado cada vez que el chamo lloraba: “Déjalo llorar y dale una patada por ese culo para que aprenda”, pero pa’ que tú veas…

Con una bulla, la marcha parte desde el Parque del Este, donde centenares de familias y deportistas siguen disfrutando el feriado.

Muy cerca, donde está una estatua de Miranda que señala el comienzo de Chacao, una señora y un señor, cincuentones que recién hicieron sus ejercicios dominicales, están detenidos para ver lo que pasa. Visten shorts, gorras, koalas, colgaderos para el agua y zapatos deportivos de última generación, todo en perfecta armonía.

Señora: Ufff, ¿de dónde salen tantos?

Señor: No sé, debe ser que estaban enclosetados.

Señora: Sí… ¿pero tantos?

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Dos cuadras más allá, frente al Centro Plaza, dos amigas cuarentonas también regresan de su deporte dominical. Sudorosas, pañuelo en mano y con atuendos que parecen comprados en la misma tienda donde los compró la pareja que estaba frente a la estatua de Miranda.

Amiga 1: Úpale, esto parece una marcha de la oposición: gente, gente y gente. Mira, todavía viene una carroza más allá y más gente…

La Amiga 2 calla, como sorprendida.

En la plaza del Indio, en lo que sería Chacao-Chacao, está una señora sesentona, lentes oscuros, labios recién pintados, rojísimos, con un ramo de flores en una mano sin ser madrina de ningún equipo deportivo y una bolsa plástica de supermercado en la otra. Al lado están un señor que parece mayor que ella, ojos azules, vivaces, podría ser su marido, y una amiga, bajita, que casi no se ve entre el grupo de espectadores.

Señora sesentona: ¿Quién iba a creer que íbamos a ver esto? Esto se lo llevó el diablo. Esto es culpa de Chávez, como Sodoma y Gomorra.

Señora bajita: No, eso es culpa de Ricky Martin por haber salido del closet, ¿qué le costaba seguir allí sin hacer pública su cosa?

El señor, callado, sonríe.

Señora sesentona: ¡Qué asssco!

Y siguen su marcha con los suyos en sentido contrario.

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Grupo de hombres atraídos por la bulla de la multitud han salido a la puerta de un Centro Hípico en una esquina de Chacao. Algunos con gaceta hípica en mano, otros con botella de cerveza, cigarros. Todos, en sus comentarios y posición física hacen gala de su masculinidad.

Hombre 1: Eso es puro pargo. Tú lanzas la caña y pescas.

Hombre 2: Hay para todos los gustos, hasta cachaperas. Mira a aquella que está buenota, uno se las coge igual, mujer es mujer.

Hombre 3: Anda, métete, González, no te dé pena, lo único que tienes que hacer es bajar esa escalerita (empuja a González por el hombro, pero sin mucha fuerza) ¡Baja, baja, jajajaja!

Hombre 4: Veeeerga y cómo es que son tantos, allí hay de todo, ¿de dónde salen? En este país se acabó el futuro, son jovencitos.

Hombre 5: Eso lo que es es una laguna ‘e patos…

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Dos hombres con sus esposas salen de almorzar en el restaurant La Huerta, ya en la avenida Solano de Sabana Grande. Mientras viene el parquero con su 4 x 4, contemplan el desfile.

Uno de ellos (en actitud de sobrado): Vamos a echarle ojo porque por allí deben estar aquellos que viven en el edificio. (Dirigiéndose a la otra pareja) Son nuestros vecinos, imagínate uno es profesor universitario y todo, hasta coordinador de un postgrado dicen que es.

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Una joven marchista discute con su novia detrás de un kiosco en la avenida Solano, le da una cachetada. La cacheteada no se defiende sino que adelanta el paso.

Un activista de derechos humanos, que presencia la escena, se aproxima:

--No, con violencia nada. ¿Por qué tienes que pegarle?

La joven se queda atónita, pero no se asusta, ni es agresiva, ante la intervención del hombre.

Bueno, porque no hace caso.

Pero por eso no tienes que pegarle, háblale.

No, es que esa no entiende nada. ¿No ves que es una carajita?

Pero por ser carajita es que puede aprender. Si fuera una bejuca, dicen que lora vieja no aprende a hablar, pero a esta háblale. No uses la violencia, que nos tiene jodidos a todos, a ti, a mí.

La joven lo ve sorprendida y cruza la calle donde la otra, medio asustada, medio arrecha, la está esperando.

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Grupo de jóvenes mesoneros frente al esrtaurante Urrutia, en la avenida Solano, encaramados en un pretil que les permite ver la marcha desde arriba.Uno, refiriéndose a una travesti: Mira, allí viene una vestida de mariposa pero pa’ mí que la pisaron porque es bien fea.

Otro, viéndola: Verdad, mejor se hubiera quedado encapullada.

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Grupo de hermanos y hermanas evangélicos en una esquina cerca de la iglesia de El Recreo. Ellas con falda más abajo de las rodillas, ellos con corbata bajo el sol del mediodía. Algunos tienen en sus manos ejemplares de Atalaya que no entregaron esa mañana.

Hermano cuarentón, queriendo pasar la calle pero impedido por el largo desfile, suspira levemente y dice: Dios tiene que recoger a tanta oveja descarriada.

Hermano como de veinte, sentado en una escalera junto a varias hermanas: Esos los que quieren es casarse, dicen que van para la Asamblea Nacional a que les aprueben el matrimonio. Dicen que es por lo de la ministra de la Defensa.

Hermana sentada al lado del hermano: ¿Qué tiene que ver la ministra de la Defensa con eso?

Hermano como de veinte: Esa es una ministra que tiene Chávez, dicen que es lesbiana y ella es la que puya la cosa.

*******************************************************************************Grupo familiar frente al restaurant Da Guido, ya finalizando la Solano y la marcha. Mientras esperan que el parquero les traiga el carro son espectadores obligados.

Mujer 1: Esto nunca lo había visto aquí…

Marido de la mujer 1: No, esto es nuevo. Esto pasa en Madrid, en Nueva York, en Amsterdam pero aquí no.

Mujer 2 (señalando a un joven que por toda ropa lleva un tanga y el cuerpo bañado en escarcha plateada): Pero mira a aquel, mira el cuerpo que tiene (con tono de envidia), ¡qué horror!

Mujer 1: Esto era lo que nos faltaba. Esto se perdió. Mejor nos vamos de aquí.

Marido de mujer 1: ¿Pero cómo nos vamos?, ¿no ves que todo está trancado?

Mujer 1 (haciendo intento de desplazarse): Como sea, como sea. Los pisamos.

Marido de mujer 2: Aquí hay de todo. Hombres, mujeres, jóvenes, viejos…

Mujer 2: Con razón que no se consiguen hombres. Bueno, ahora ni mujeres.

Mujer 1 (ya olvidada de su apuro por irse, mientras su marido la agarra por el brazo para llevársela a no se sabe dónde): Lo que hay que hacer es que la que tenga marido que lo amarre y el que tenga mujer que la amarre.

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Y regresando al Parque del Este desde donde salió la marcha, algo que se me olvidaba.

Dos jóvenes madres, cada una con un coche de bebé y rodeadas de otros niños que corren a su alrededor, contemplan aquel desfile mayoritario en hombres jóvenes, de cuerpos esbeltos, mucho pecho cuadrado descubierto.

Madre 1: Tanta carne perdía.

Madre 2: ¿Y a ti te está haciendo falta?

Madre 1, sorprendida, pero segura: No.

Madre 2: Entonces, pa qué dices.



Fotografìas: CARLOS ANCHETA

TINTA INDELEBLE

– Pana, ¿cuánto cuesta el túnel? - pregunta una muchacha con una argolla hiriendo su ceja izquierda.

– La pieza cuesta 60 y ponerlo cuesta 120
–contesta el flaco detrás del mueble negro que hace las veces de caja.

Si al oír la palabra “túnel” pensaste en el de La Planicie, naciste antes del terremoto de Caracas y no has estado nunca en Clinic Tatoo.

Clinc Tatto es el templo del piercing y el tatuaje.
Su página web habla de la asepsia total en sus intervenciones y la solvencia profesional de sus técnicos. Allí fui a dar el sábado en la tarde con mi adolescente, tras perder la batalla iniciada hace ocho meses y ochenta discusiones. Ale ganó y, después de que Paraguay perdiera también contra España, acudimos a la cita donde le imprimirían una palabra eterna de cuatro letras negras sobre su magra cadera derecha. Así que ante lo inevitable opté por lo conveniente. Acompañarla. Ver la cara y la mano que mueve la aguja para escribirle Hope en tinta indeleble.

Después de que estampé mi firma de autorización en una hoja con fondo de manga japonés, me senté sobre un leopardo que parecía un sofá. Allí mis ojos iban desde el muestrario de rosas, dragones y todo tipo de símbolos crípticos hasta quienes entraban y salían pidiendo información. Este templo de una sola nave mide tres metros por cinco, quirófano incluido. Doy fe de que en una hora escasa pasaron por ahí más de una docena de almas buscando ser marcadas, perforadas, tatuadas. La generación de lo efímero –cien fotos digitales borradas en un click– necesita llevar algo permanente, algo que dure y evoque a una persona o un ideal.

El flaco de la caja tiene dos túneles. Ahora sí, aclaro: ensanchando sus orejas. A través de los cuales podríamos ver, digamos, la bola Pepsi deshaciéndose. Sus brazos son brazos porque terminan en cinco dedos, pero no hay nada que recuerde el color carne de mis Prismacolor. Todo son dibujos.

Una chica se acerca y le pregunta cuánto cuesta retocarse un tatuaje.

El flaco le dice:


– Déjame verlo.

La muchacha mira a su novio como pidiendo aprobación, y él agrega:

–Se lo hizo hace como un año, pero se puso opaco.

La chica se baja aún más el pantalón, que ya bordea la grácil cadera, y se lo muestra al experto.

Ummjjj, cuesta como 300. Un retoque significa volver a hacerlo, si no, se nota la diferencia entre el nuevo y el viejo—dice el flaco.

Yo me pregunto: si un tatuaje es permanente, ¿cómo consideran “viejo” a uno que apenas tiene un año?

Después entra un grupo. El más entusiasta tiene el pelo como Bisbal, puro rulo, pero en este caso castaño. Todavía se oye el rumor de los que celebran el gol de Villa en el centro comercial. A mí me sirve el ruido, mitiga la vibración de la aguja que entra y sale de la cadera de mi hija de catorce años. Cuando el Bisbal caraqueño habla, noto su voz borrosa, como saliendo de un túnel. Mueve sus pies, sonríe; sus dedos se mueven para describir un hormigueo que le sube desde los pies hasta los muslos.

Su amiga le dice riendo:

– Están tatuando a alguien. ¿Sientes la vibración en el piso?

Me llama a atención el énfasis que pone en cada una de sus palabras, la acompasada modulación de sus labios orientados hacia los ojos del amigo.

Entonces entiendo. Bisbal es sordo y pregunta cuánto cuesta tatuarse una estrella en el brazo.

A estas alturas resumo: nadie ha preguntado si duele, si se cae, cuánto tiempo toma hacerlo. La única duda es el precio. La meta para alcanzar lo eterno es el dinero.

Veo al flaco de la caja mientras atiende a un muchacho que lleva un diseño de dragones con una inscripción saliendo de una nube de humo oscuro. Sus lóbulos agrandados y translúcidos, sus brazos multicolores colgando de una gran franela negra, su nariz atravesada por una argolla plateada vencen mis prejuicios. El video no se ajusta al audio. Su imagen transgresora no anticipa sus modales atentos, sus pacientes respuestas.

La puerta del “consultorio” se abre y Alejandra me muestra orgullosa su trofeo de tinta. Tras ella viene el técnico. Mientras da las indicaciones del cuidado –cero playa, cero piscina, mucho Beducén– me distraigo viendo a través de sus dos túneles toda la parafernalia negra y plateada que ahora está en la vitrina y pronto atravesará narices, lóbulos, ombligos y alguna tetilla valiente. Cuando pago con el dinero que Ale ahorró por primera vez en su vida, recuerdo lo que le dije en el carro, último e inútil esfuerzo por persuadirla.

–Ale, ¿por qué con el dinero del tatuaje no te compras el bolso ese que tiene cornetas para oír el IPOD?

–Mami, el bolso no dura toda la vida.