miércoles, 7 de julio de 2010


Los martes y jueves de 4 a 5 de la tarde, sin salir de Caracas podemos hacer un viaje de miles de kilómetros imaginarios y visitar una civilización tan interesante como misteriosa. Es la mezquita Sheik Ibrahim. Aprovechando la cercanía al terreno del proyecto que se desarrolla ahora en la oficina, acepto la invitación para viajar que me hace su esbelto y blanco minarete.

La mezquita se encuentra en una zona de Caracas con una cierta atmosfera de incertidumbre. A pesar de la importancia indudable de los edificios que allí encontramos --la sede de la Orquesta Sinfónica Juvenil, el Colegio de Ingenieros, la Casa del Artista-- de su inmejorable ubicación, cercana al metro, a la avenida Libertador y al parque de los Caobos, y un mantenimiento bastante aceptable, la soledad es la que domina. Con la sensación de inseguridad que eso implica en Caracas. Pequeños grupos de consumidores de droga y alcohol me refuerzan esta sensación. Cuántos buenos lugares, cuánto potencial, cuánta ceguera en Caracas, pienso en ese momento.

Después de rodear las altas rejas, encontramos la pequeña puerta de acceso al templo, custodiada por un vigilante privado, que entre amable y sorprendido nos deja pasar a recepción. Adentro, y también amablemente, nos reciben dos jóvenes, que nos interrogan brevemente por el motivo de la visita. Solo se me ocurre improvisar un pequeño discurso sobre mi condición de arquitecto y mi curiosidad por este singular edificio. Uno de ellos nos explica sin mucho entusiasmo la historia de la edificación. Construido en 1992, durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez, simboliza los lazos de unión de Venezuela con los países árabes. También nos recuerda el joven que no existe un solo tipo de mezquita, cada una responde a las condiciones del lugar, por la cual ésta se construyó en concreto armado, muy toscamente, me digo para mis adentros.

Luego de esta introducción, le piden a mi hermana que se ponga una túnica verde que la cubre de pies a cabeza; ella acepta la solicitud sin complejos, ya después nuestro joven guía marroquí nos explicará, con gracioso acento, que el motivo de esta regla no es ningún misterio, se trata de evitar “distracciones” en un lugar dedicado a la meditación.

Nos descalzamos antes de entrar al recinto (para no contaminar el espacio con las suciedades del exterior, como reza la tradición). Una vez allí nos encontramos con un solo gran espacio cuadrado, muy limpio y sencillo, no muy impresionante, excepto por la gran cúpula y una enorme lámpara colgante traída de Egipto.

El piso todo alfombrado está lleno de líneas blancas paralelas que indican la disposición en la cual cada creyente se puede arrodillar sin molestar a los demás. El recinto está dividido por una mezzanina, protegido por una bonita celosía de madera. Nos explica el guía que arriba está el sitio de oración reservado a las mujeres, esta separación por niveles también evita las distracciones. A mí me convencen, mi hermana ríe.

“La vida es muy corta, no pierdas el tiempo viendo el techo mientras viajas en metro, toma un buen libro, escucha música, habla con el del al lado”. ¿DE QUIÉN ES ESTA CITA?

La conversación rápidamente transcurre entre las particularidades de los rituales, las bases de la religión, sus vínculos históricos con el cristianismo. (Jesús es considerado uno de los grandes profetas, según el Corán), pero siempre recalcando su firme convicción de que la verdadera religión no está en complejas abstracciones, sino en la capacidad de cada persona para poder contemplar y agradecer la gran creación de Dios aquí en la tierra. Una bella lección, llena de sentido común y capaz de trascender tantos prejuicios y diferencias culturales. Todo un viaje.

1 comentario:

  1. Que buena historia. Casualmente esta semana estuve dos veces en esos lados de Caracas que, siempre me han gustado pero por temas de inseguridad comienzo a dejar a un lado. Malo. A veces somos profetas del desastre y la realidad es que puede pasarnos algo en cualquier momento y lugar.

    El sábado estuve en Los Caobos, en el concierto de Calamaro, y ayer en el Teresa Carreño. Ambos días estuve tan feliz...

    Me han dado ganas de ir a la mezquita. Gracias por compartir tu experiencia.

    Saludos,

    Vero.

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