martes, 13 de julio de 2010

UNA CRÒNICA ESPIADA

Es lunes 5 de julio y aún estoy sin encontrar el material para la tercera crónica. Han sido infructuosas las dos visitas, una al supermercado y la otra a un centro comercial al que nunca había ido y que resultó con muchos locales cerrados y muy poco concurrido para mi objetivo. Oír conversaciones ajenas está pareciendo una misión cercana a lo imposible. La única salvación es ir al Sambil, donde hay suficiente gente para ser espiada. Queda resuelto, para allá voy, porque aunque tenga que sufrir para encontrar un puesto en el estacionamiento, pasaré desapercibida entre el tumulto y podré, así, cual espía gubernamental, escuchar lo que otros dicen con absoluta impunidad.

Voy camino desde el sureste para alcanzar mi misión pero me encuentro con tremendo aguacero en mitad de la autopista. El tráfico se tranca y mi esposo, chofer, edecán en estas lides, se niega a continuar y nos desviamos hasta el centro comercial Paseo Las Mercedes. No está mal la alternativa, ya que puedo aprovechar para comprar un libro en El Buscón e ir al cine a ver Hermano. Entre las dos actividades pondré en práctica el espionaje al conversatorio ajeno.

Dentro de la librería persigo a varios compradores pero, nada, negativo. Ninguno parece tener ganas de conversar sino de hurgar entre el montón de libros apilados sin orden o concierto en los mesones.

Salimos de allí con el libro que buscaba, y otro más que se me atravesó en el camino, dispuestos a comprar las entradas para la película y pasar a la fase tres de la misión.

Una mirada a la sala de espera y veo dos puestos desocupados al lado de una pareja que conversa. Está ideal. Cual pantera rosa me acerco con sigilo y me siento a un costado, libreta en mano, dispuesta a transcribir lo que la joven de pelo caoba, piel que no confiesa edad y blusa de encajes blanca transparente, le está diciendo al pelinegro de jeans raidos.

—Terminado, terminado desde abril a mayo. Era una relación adulta pero acabamos como….

En este punto la voz se pierde entre el ruido de la gente que espera para entrar al cine y el que hace la comedora de cotufas que está justo al lado izquierdo de mi espiada. La confidente continúa.

—Yo se le dije a mis hermanas, ¿entiendes? Si tú dices que no, es no…tú sabes, muchos quisieran tener una relación de pareja, familiar…pero….

El escucha, con su camisa morado nazareno, está a mis espaldas, y parece que se engulle las palabras de ella, porque a mí no me llegan sino frases masticadas.

—Le pedí perdón, pero soy un ser humano… ¿O no? Lo que pasa es que él es muy absorbente. Te voy a decir una vaina, Javier, yo…

Aquí la frase queda truncada porque le suena el celular a ella, la incógnita que espío. Tras colgar, sigue:

—Ahora sé que es bueno también estar sola. Fíjate que eso me ha hecho pensar que no estoy preparada. Es cuestión de convivencia, porque, coño, el hecho de que yo aguantara….

Y la retahíla de argumentos que siguen se pierden entre los saludos de un trío que conversa de pie junto a nosotros. Sólo alcanzo a escuchar como Javier, muy a lo confesor, con una voz calmada, por primera vez le responde:

—No es así, no es así.

Ya abren las puertas de la sala 2 y la pareja se levanta.

Nos quedamos con la curiosidad sin satisfacer. Eso de ser espía no es tan fácil, necesita de perseverancia y entrenamiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario