viernes, 30 de julio de 2010

UNO EN LA URDANETA

El siguiente texto contiene elementos de lenguaje y sexo que pudieran resultar violentos aún para padres y representantes. Se recomienda que solo sea leído por personas de mente amplia, tipo adolescentes.



Esa tarde, Campero, como le gusta que lo llamen, se lanzó al Urdaneta, el único cine porno que sobrevive en Caracas, no sin antes dejar en casa todo lo de valor que tuviera encima para no correr el riesgo de regresar desvalorizado. Consigo llevó los ojos verdes heredados del abuelo y la pinta de joven de clase media que lo delata.

Cuenta Campero que la sala estaba bastante nutrida de hombres. Se ubicó entre varios de ellos con pinta de "hetero serios" y como él entró con ganas de provocar y de sacar una buena partida a esa función, se sacó el pene y comenzó a masturbarse como cualquiera que ve una película en aquel cine. Tenía la vista puesta en la pantalla, pero miraba a los lados para ver qué sucedía. Miradas iban y venían de los vecinos y él provocándolos, a ver quién mordía la carnada. Como todos miraban el toro desde la barrera, se puso más provocador bajándose el pantalón hasta los muslos. Pero nada, puro reojo.

Entonces, dice Campero: En eso, uno de los tipos que están en la misma onda de pajeo viendo la pantalla, un obrero con morralito de tela, todo esmirriado, se mueve hasta la butaca que tengo al lado. Estaba recién bañado porque olía a jabón, aunque fuera azul. Yo sigo en la tónica de pajearme como que si nada, viendo la pantalla. En eso lo miro de reojo y noto que el carajo se pone nervioso, no diva, sino más bien nervioso, mirando para todos lados, suspirando y saboreando saliva que se escuchaba fuerte. Yo en lo mío de frente, pero incitándolo a que me lo agarrara, pero la pinta de macho que tenía me hizo dudar y temí que me fuera a clavar un coñazo, así que lo ignoré y seguí en lo mío. Pero, vaya, no se aguantó más el hombre y de pronto se arrodilló en pleno suelo y comenzó a mamármelo de una manera tan magistral que pelé los ojos no por la escena que estaba viendo, sino por lo que estaba sintiendo. Así estuvo un buen rato hasta que se incorporó en su asiento y me dijo:

- ¡Verga, varón! Lo tienes sabroso (lo dijo en un tono bien popular, de macho urbano de construcción)

- Te gustó, ¿no? Lo haces bien rico, vale.

- ¡Nojoda, vale! Es que tú llegaste, te sentaste aquí y te pusiste así con esa mariquera de hacerte la paja al lado mío y ¡nojoda! ¡Con ese güevo! ¡Nooooo, tipo!

- Jajajaja, bueno, síguelo gozando, pues.

Y, bluuummmm, siguió el tipo en lo suyo, muy bien inspirado, y mientras se ocupaba abajo, me desabotonó la camisa y me pellizcó las tetillas. Así estuvo un buen rato. Cuando se levantó nuevamente me dice:

- Verga, tipo, cómo me vengo a conseguir a alguien así, como tú aquí adentro, vale.

- ¿Alguien como yo cómo?

- Así tan bello, tan ricote y con ese güevo. Yo te voy a decir una vaina Yo ante todo soy un varón, pero cuando me entrego, me entrego y con todo, ¡pero soy un macho!

- Jajaja, ok, sí ya veo.

- ¡Ah! Te burlas, ¿no?

- No, vale, sino que me parece cómica la vaina. Vente, dale, no pierdas tiempo que ya van a cerrar esto, sigue allí.

- Pero, ¿qué pasa, vale?

- Sssshhhhh, cállate y coopera (lo agarré por el cuello para que siguiera en lo que yo quería y a él le gustaba).

Mientras continuó en lo suyo, le metí la lengua en el oído chupándole todo el pabellón. El carajo estaba en el éxtasis de arriba abajo, con su boca en mi güevo y gimiendo suave pero profundo. Me acariciaba todo el pecho y los muslos de lo rico que la estaba pasando. Ya cuando no me pude contener porque la velocidad de la succión que me estaba dando no la aguantaba un humano, le pregunté:

- ¿Puedo echarte la leche?

- Sí, dámela, carajito. (Y siguió dándole fuertemente)

Le lancé la acabada de la semana, lo dejé por unos segundos agarrándole la cabeza y después lo dejé que se levantara. Se sentó, escupió al suelo, y dijo sonriendo:

- ¡Verga, marico! ¡Qué lechero tenías, güevón! ¡Qué vaina más sabrosa esa acabada!

- Bueno, eso era pa’ ti, varón.

Yo empiezo a arreglarme mientras el tipo sigue buscándome conversa.

- ¡Qué vaina más rica, nojoda! Jajajaja, marico, estás rico. Lástima que no te volveré a ver (allí la cosa se puso sweetheart).

- ¿Y eso por qué, pues?

- Bueno, porque en tres semanas me caso, porque yo no puedo vivir sin una mujer en la casa que haga oficio y me tenga mis vainas hechas y acomodadas.

Ante aquello me quedo callado y el tipo me mira y me mira en aquella oscuridad.

- Marico, te reconocería en la calle, en cualquier parte, con esos ojos que tienes….

- Jajajaja, ‘ ta bien pues... ajá, háblame de tu cuadro familiar…

- Bueno, güevón, yo así como me viste, así soy un macho. Yo me voy a casar pero igual esto no lo voy a dejar, un güevo es muy sabroso.

- ¿Y tienes chamos?

- Sí, tengo dos varones, uno de 14 y otro de 22.

- Pero no saben tu nota, ¿no?

- Nooooooo, ¿estás loco, marico? Ni de vaina. El chamo de 14 le tiene arrechera a los maricos, ése si sé que no es pato. Y el de 22 pues, a él no le gusta un marico, a él lo que le gusta es un transfor.

- Aaaaannnnh ¡ok! Le gustan los transfor... imagínate…pero no le gusta un marico….

- No, varón ¡Ese hijo mío es un macho!

- Claro, claro. Bueno, tipo me tengo que ir.

Hago el gesto de levantarme En eso me agarra la mano, me la besa apasionadamente varias veces, diciéndome:

- Verga, güevón, me diste burdenota. Te voy a pensar burda, ¿sabes?

- Jejeje, Sí eso creo. Dale, tipo, me voy, un placer.

Extiendo mi mano para un apretón, yo de lo más formal, y él me dice:

- ¡Tú sí eres sifrinito, tipo! Despídete de mí así (me da una palmada horizontal seguida de un choque de puños).

- Dale, pues, hablamos
Cuenta Campero que se fue derechito para su casa, sin dejar de reírse de los comentarios del varón.

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