miércoles, 7 de julio de 2010

El miedo es un perro negro

Miedo: el perro negro que en cualquier momento tira a morder pero no existe. Enfilo por la avenida principal de Chuao. Sabiendo que voy a llegar a la Roraima, la calle del consulado. Que ironía, sigo pensando, qué digo pensando, hablando en voz alta, para mí misma, para distraerme y no pensar en el perro negro que en cualquier momento tira a morder pero no existe.

Pienso que en 1993 fui a la Gran Sabana por primera vez, y en otro de los disloques a los que pertenezco. Yo que no estoy pasada por las aguas bautismales, me postro y reverencio ante la huella de Dios al topar con el Roraima. Ni siquiera imagino qué clase de orgasmo cósmico puede ser treparlo, horadarlo con mi huella. Apenas falta una esquina y luego cruzo a la izquierda, sacudo la mano del reloj, para apuntar certezas de que es ciertamente la izquierda. Leo en los cartelitos de metal que me nombran las esquinas, Roraima. He llegado, conozco tan bien la calle, he ido tantas veces, y me siento perdida.

Saco mi libreta de apuntes donde mi amiga Lucía García, psicóloga gestalista, me anotó y subrayó en amarillo: “El miedo es una emoción inherente y necesaria en el ser humano, es el que nos hace estar alerta y defendernos de cualquier peligro”

Estaciono el carro a una distancia prudente, de manera que desde el punto de mira de aquel que está de pie en la quinta Marina (¿alguna vez leí el nombre?) no pueda precisar desde donde vengo. Descubro una parada estratégica para ver la quinta, pero decido regodearme en una mata de mangos, cargadita: hay verdes para cocinar, otros no tanto como para hacer el ceviche de mango pintón, maduritos como para que corra el jugo por el antebrazo y después uno así escondido le pase la lengua. La voz de mi amiga me saca del enmimismamiento.

Vuelvo a sentir el perro negro.y la voz de mi auxilio gestalista: “Es dañino cuando nos paralizamos por el miedo, y normalmente es porque nos hacemos fóbicos a sentirlo. Imagínate viviendo sin miedo a los ladrones, a los precipicios, a los leones, etc,,etc,”

Respiro hondo y me digo es sencillo: “Buenos días, compañero. Vengo a solicitar información sobre el grupo Maceítos de Venezuela”. Estoy a una cuadra y el hombrecito que antes fue compañero tiene cara de desconfianza. Desde mi cerebro reptil, ese que me protege, me envían una señal. Mi cuerpo enmimismado con los olores del mango, se vuelve contra mí y no obedece. Estoy rígida y sudo fróo. No, no puedo darme el lujo de exhibir la hipotensión de 11,8, qué espectáculo, de ninguna manera. ¡Vete de aquí, perro negro!

Recuerdo el himno que aprendí en el primer viaje…y la frase más emblemática: “Y las tropas mercenarias/ apoyadas por los yanquis/ no pudieron vencer la revolución…” Media cuadra y la quinta que reza “Se dictan clases de danza y yoga” se convierte en un santuario de verdad; el sistema límbico es incontrolable. Evoco el capítulo segundo del cuadernito publicado por la editorial de Ciencias Sociales en la ciudad de la Habana. ¿Qué debe ser un joven comunista? Perteneciente al libro el Che habla a la juventud, souvenir que repartieron durante la edición del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. La media cuadra se me alarga, es tan breve la distancia entre la casa donde hacen danza y yoga, y mi próxima parada, la quinta Marina. He venido apertrechada, junto al cuadernillo he traído, como dicen en el argot, clasificada la información que me da la vara alta, quiero decir aquella que me acredita como perteneciente y fundadora de Los Maceítos de Venezuela.

Medio oculta, aunque el vigilante del consulado no parece estar pendiente de mí, me digo “Ese compañero no tiene idea de quién era Maceo” Yo puedo hacer labor pedagógica y explicarle que fue un mambí, más o menos como Simón Bolívar, quiero decir un héroe revolucionario, el Titán de Acero, uno de los grandes del siglo XIX, que además fue hijo de Mariano Maceo, que era venezolano.

Podría comenzar diciéndole, “Compañero vigilante, ¿usted no conoce la Brigada Antonio Maceo, a la cual el compañero Silvio Rodríguez le dedicó una canción? Mire, le explicaría, “Hay un mártir, Carlos Muñiz Varela, que asesinaron el 28 de abril de 1979, tenía 26 años, un año antes del primer viaje del Primer Contingente de Maceítos a Cuba. Por eso nos fundaron, o sea para irnos preparando, primero somos itos, y luego pasamos a las grandes ligas, a las de la Brigada”.

Brigada Antonio Maceo, que debía llamarse Brigada de Mambises Valientes Antonio Maceo. No, lo de Valientes es redundante, todos los mambises son valientes, dice el libro Hay que pensar en el futuro, en el que una pionera llamada Tania lo cura todo con una medicina, panacea llamaban los griegos, el rojo.

El perro negro otra vez, pegado al pantalón. Ya solo me distancia una casa amarilla, que el día de la toma de la embajada, de la quinta Marino, apenas entró al tiro de la cámara. Me provoca tocarles la puerta y preguntarles si hacen ruido, cuánta gente entra y sale. Me acerco, me arrepiento.

Pienso mejor en explicarle al compañero que el papá de René Pérez, el líder de la banda Calle 13, que dio un concierto en La Habana con Juanes, Miguel Bosé y Giovanotti, empericado hasta el ombilico del mondo, el que echa dedo cuanto canta y pone hocico de perro rabioso, era amigo de Carlitos, al cual según los reportes asesinó la mano invisible del capitalismo salvaje, que encarna la reacción del exilio cubano. Un carro lo embistió por detrás, una ráfaga lo dejó en estado total de confusión, una de las balas le entró por la cervical, perdió el control, el carro se estrelló contra una cuneta, el asesino se bajó y le disparó en la frente. René Pérez es mi coartada con sus franelas de Carlos Muñiz Varela, que es como Antonio Maceo. Pienso que es de muy mal gusto eso de ponerle a un grupo de cinco niños, que apenas si rozaban la adolescencia el, nombre de un mártir al que ziquitrillaron a tiros. El caído fue el fundador de la Brigada Antonio Maceo, y de la agencia de viajes que permitía el visado y el arreglo de los papeles.

Lo mataron, señor compañero, digo, señor camarada, señor funcionario. , cuando promovía los viajes de Puerto Rico a Cuba. Como nosotros, era un agente de turismo, para que la gente fuera a Cuba y no perdiera contacto con sus raíces y las nuevas semillas. Casi cuando estoy a punto de franquear mis dudas, y ya le he dado una soberana patada al perro negro, una camioneta negra y blindada zumba como el proyectil que le cegó la vida a Carlos Muñiz Varela. De ella descienden dos hombres muy fuertes con lentes oscuros que se lanzan a tomar la calle y vienen guardando las espaldas de otro bajito, regordete, con una guayabera color marrón no tabaco, no oscuro, marrón meconio, que me programa en los años 70. Se deslizan y el vigilante se tensa.

Me freno en seco, y el perro negro viene hacia mí, con más rabia, babeante. Apenas con un hilo de voz, que empujo desde el diafragma para hacer mi presentación como la encarnación de los gloriosos maceitos. El compañero vigilante, en swing habanero, dice: “Por hoy no se recibe más gente”. Muy nasal y con la e en el cielo del paladar. “Por hoy no atendemos más genteeeee”. Me doy media vuelta y de regreso a mi carrito me topo con el mango para hacer mi ensalada.

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