viernes, 25 de junio de 2010

El garaje

Entré en penumbras al garaje. A veces los lugares nos revelan sus secretos cuando están a oscuras. Al traspasar la puerta lo primero que uno advierte es el olor a humedad, a pintura vieja, a friso expuesto por el efecto del tiempo y las condiciones del clima, a polvo que se ha instalado sobre las cosas guardadas y se niega a dejar de estar allí. El polvo lo cubre todo, lo ambienta todo. Polvo hecho de esporas de hongos, especialistas en aprovechar el más mínimo contenido de agua en el aire, de pintura descascarada, polvo de cemento a punto de desprenderse de la pared y polvo del tiempo.
Al entrar es inevitable fijar la mirada en la pared del fondo, de unos cinco metros de ancho por tres de alto, allí es donde el friso se está cayendo. Delante de mí, frente a la puerta, hay un armario de madera que no cuadra con el resto de las cosas. Aunque no es nuevo, luce como si lo fuera debido al destello que despide su superficie barnizada y, aunque sus puertas corredizas no lo estén, lucen libres de polvo.
La profundidad completa del garaje, desde la pared al fondo —la que se cae— hasta las puertas de madera es de unos siete metros, pero hay un panel de unos dos metros de alto que divide en dos el espacio. El cuarto de la parte anterior es algo más pequeño que el de la parte posterior. Las puertas del garaje nunca se abren, quizás se abrieron alguna vez cuando los carros de la casa se guardaban allí pero desde que el garaje es usado como área de servicios y depósito esas puertas están cerradas y al garaje se accede desde la casa por una puerta lateral. En el cuarto a la derecha hay una mesa de planchar, dos neveras, algunos estantes. Pero “el garaje” está hacia la izquierda al pasar una puerta en el panel divisorio, de unos sesenta centímetros de ancho.
La luz del mediodía se cuela por las rendijas de las puertas de adelante y permite detallar algunos objetos que reflejan la luz: botellas de vidrio color ámbar usadas para contener productos químicos y botellas de cristal que alguna vez estuvieron llenas de licor; otros objetos destacan debido a su ubicación en la parte de arriba de los estantes que bordean las paredes, la luz los ilumina tenue pero directamente, y algunos objetos destacan por su tamaño como una silla de extensión, la caja del súper Betamax y una colección para aprender a hablar, escuchar y escribir en inglés de forma autodidacta de Selecciones del Reader’s Digest.
Todos estos objetos tienen su historia pero no son los que estoy buscando. Los verdaderos tesoros del garaje no se han dejado ver, al menos en esta oportunidad. La próxima vez habrá que encender la luz.

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