miércoles, 16 de junio de 2010

Visita al Museo de la Fundación John Boulton o cuando medité sobre el destino de mis cosas

Foto JK
Joaquín Pereira
Estaba caminando por las cercanías del Panteón Nacional en Caracas cuando tras unas primeras gotas aisladas se desató un aguacero como no había visto en meses. Corrí hacia una casa cercana cuya puerta - coronada con el número 3- estaba abierta; me sorprendió observar aquel nombre entre tanto espacio ganado - o tomado- por la llamada revolución: John Boulton.
Aunque ya sabía que estaba al lado del Panteón Nacional, mi manía de consultar siempre Wipimapia.com en mi BlackBerry – o BB de cariño- fue más fuerte: estaba a 10°30'47"N, 66°54'44"W. Pero como ningún cristiano que conozco sabría ubicarse con estos datos preferí recordar las palabras claves: World / Venezuela / Distrito Capital / Caracas, 4 km del centro. Decidí también guardar el link del mapa satelital que muestra inequívocamente dónde estaba: http://wikimapia.org/#lat=10.5123493&lon=-66.9118237&z=17&l=3&m=s&v=9&show=/8486471/Fundaci%C3%B3n-John-Boulton.
La casona a la que había entrado, y que alguna vez seguramente fue usada para hacer la vida: comer, bañarse, hacer el amor… ahora era usada por el Museo de la Fundación John Boulton. Debe su nombre a un comerciante nacido en 1805 en Inglaterra que llegó a La Guaira en 1824, así lo dice la página fundacionboulton.com, que consulto también usando mi BB.
Este señor con su tocayo y socio norteamericano John Dallet fundaron una línea naviera llamada Red “D” Line que sirvió para escoltar las cenizas del Libertador de Santa Marta Colombia a Caracas Venezuela, durante la Segunda Presidencia del general José Antonio Páez. La Red “D” Line sirvió por casi un siglo el tráfico marítimo entre Nueva York y los puertos de Venezuela. No sería nadie sin mi BB.
En el zaguán de entrada de la casona dos cuadros franqueaban el paso: en una pared Boulton firme y trajeado de gala apoya una mano sobre libros y papeles, mientras que frente a él un oleo le intenta regalar un paisaje que alivie un poco su monótona vida transformada en pintura.
Luego de empujar unas modernas puertas de vidrio se observa el centro de la casona donde alguna vez habría plantas que se enseñorearían al sol del mediodía y se bañarían con la lluvia algunas tardes. Hoy sólo hay piedras y un busto.
En la primera sala a la derecha - por obra y gracia de algún curador- un manojo de sillas parece flotar frente a una pared. Ya nadie se sienta en ellas.
Una colección de platos me recuerdan la costumbre que tiene mi madre de conservar en cajones las vajillas que nunca usará. En otro cuarto monedas y documentos de deudas descansan por fin de las ambiciones y esperanzas de quienes los usaron.
Tras un vidrio reposa un catalejo – ya no hay mares que lo maravillen-, le tomo una foto y luego me quedo mirando mi cámara como quien ha sufrido un déjà vu. Una estatua de una diosa griega sosteniendo cansada una lira parece burlarse de mí.
No sé qué hago pensando en mis cuatro corotos cuando pude observar una de las más importantes colecciones sobre Simón Bolívar: retratos, muebles, objetos personales, condecoraciones, cerámicas, libros…
Mi BB me da la respuesta nuevamente: son el testimonio “de un pasado que no ha muerto y que no morirá, mientras no lo dejemos morir. Testimonios que suscitan, ante nuestros ojos, y en nuestra mente, la imagen de su Excelencia el Libertador Presidente. Pero que más allá del héroe, nos permiten acercarnos al ser humano, venezolano y americano universal, que se llamó Simón Bolívar”.
Al terminar esta fugaz visita al Museo de la Fundación Boulton varias preguntas giraban en mi cabeza: ¿Qué será de mis cosas cuando muera? ¿Irán al cielo o al infierno? ¿Mis sillas flotarán en una pared o terminarán estorbándole el camino a un pichachero?
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Teléfonos del Museo de la Fundación John Boulton: 8614685, 8613963

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